SINOPSIS:
Un encuentro con
el artífice de la sexoficción
Hernán Hoyos escribió, desde fines de los cincuenta, más de cuarenta novelas. Hoy día las autoreedita y él mismo sale a dejar ejemplares en consignación en distintas librerías y quioscos del centro de Cali (Colombia).
Por: Andrés Felipe Escovar
Un remordimiento despierta a Hernán Hoyos en sus noches y,
antes de volver a dormir, se traza el propósito de soñar un encuentro con su
amigo, “El gordo” Lucio Ramos, uno de los protagonistas del libro Memorias
fisiológicas: cierra los ojos y los dos hablan. Ese episodio no es algo real;
Hoyos descree de cualquier mundo que trascienda lo físico y de que haya alguna
manera de conjurar los espíritus o llamarlos, es más, piensa que ni siquiera
existen: morimos y volvemos a ser carne de la tierra.
Su remordimiento nació desde que se topó a Ramos en el puente
España, en el centro de Cali; Hernán paseaba con sus hijos, aún niños por aquél
entonces. Se cruzaron y Hoyos pasó de largo y sólo volteó la mirada cuando
Ramos le dijo:
-Hernán, me has hecho mucho daño.
Hoyos creyó que se refería al vino que le había aconsejado
comprar un par de meses antes, a sabiendas de que Luciano padecía de una úlcera
gástrica. Tiempo después entendió que el daño aludido por “El gordo” era la
ingratitud injustificada.
-En qué te he hecho daño, amigo mío- me exclama Hernán,
tratando de revivir ese último encuentro en el puente España, buscando un
instante de reivindicación donde pueda encontrarse con ese gordo que falleció
poco tiempo después.
Otro gran amigo muerto de Hernán fue Maxwell, su traductor al
inglés. Hoyos se marchó con él a Wisconsin y allí pudo evidenciar la afición
por la cerveza del norteamericano:
-Él vivía con su mujer. Fuimos a traducir mis libros y la
revista Knight publicó tres cuentos míos. Él era un traductor
impresionantemente riguroso. El editor de la revista mandó los tres cheques
pero yo estaba muy aburrido en ese país y como aquí llevaba una vida de
parranda y de risas, entonces me vine para acá. Maxwell se bebió en cerveza los
300 dólares. En esa época, un dólar servía para un almuerzo… yo fui a varios
supermercados con Maxwell y un almuerzo decente valía un dólar. Entonces se
bebió los 300 dólares pero me los fue pagando, eso sí. Y después era incapaz de
trabajar; como traductor era un verraco pero era incapaz de trabajar entonces
lo mantenía la mujer. Era un soñador, inventaba negocios que después no podía
realizar pero para traducir era extraordinario.
Al contrario de lo que se puede creer, Hernán Hoyos no es un
viejo verde. Algunos buscadores de “extrañezas” han hecho textos sobre este
escritor y en ellos se lo deja como un anciano impotente que aún busca, con
desesperación, a alguna muchachita que le haga favores sexuales. Durante los
dos días que charlamos sólo me refirió su amistad con dos mujeres jóvenes; me
enseñó los números telefónicos de ambas, guardados en su teléfono celular y
decidió borrar el de una de ellas porque había soberbia en su trato pues,
seguramente, creyó que la estaba acosando. Lo hace con la claridad de alguien
que ha discernido al amor:
-Hay dos clases de amores: el amor sexual, que es el truco de
la naturaleza para la perpetuación de la especie, y el amor por gratitud.
Cuando has tenido una relación con una mujer que ha sido buena, que ha sido
grata contigo, y van pasando los años y los años, hay un momento en que quieres
devolver eso y la amas y quieres vivir con ella y que sigan la trayectoria
hasta que la muerte los separe aun cuando ya no tengan vida sexual y tú le
digas: “Amor mío, pero si nosotros no tenemos sexualidad yo qué voy a hacer si
tengo amigas bonitas”. Entonces ella dirá: “Pues tenga sus amigas allá pero no
las traiga acá, eso sí no”.
Los intentos por encasillar a Hoyos en el lugar de viejo
caliente son explicables: una persona que hizo más de cuarenta novelas
catalogadas como pornográficas no puede ser diferente al ideal platónico de un
caricato anciano y consumidor compulsivo de viagra; si se lo toma en serio o si
sus escritos se consideran “literatura” entonces lo asimilado como transgresor
desde hace cuarenta años, deja de serlo y se evidenciaría su domesticación y
pertenencia al mainstream literario del país. En el sistema literario de
Colombia, Hoyos es incómodo pues es el cultor de una literatura alejada de la
sublimación de lo “popular” – esta operación es una escala más de la
bipolaridad de la alta y baja cultura, la cual se ha trasladado sus condenas al
reggaetton por parte de entusiastas de los Rolling Stones o Stoneilistas, por
citar un ejemplo, quienes se abrogan la capacidad de definir qué es lo “pop” y
qué es un producto “alienante”- o del cumplimiento de un canon de buena
escritura, como ocurre con Caicedo, tan furibundo amante de Vargas Llosa y Bioy
Casares y espectador y domesticador del western europeo y norteamericano, a los
que convirtió en objetos de un culto esteticista.
Hoyos no tiene en su cabeza a Henry Miller ni menciona, entre
sus escritores favoritos, a alguno aparecido en el siglo veinte salvo John dos
Passos, de quien admiró su rapidez y el uso de frases cortas que él también
trató de implementar en su narrativa. Una de sus grandes influencias fue la
literatura francesa:
-Me llamaban la atención las novelas de Alejandro Dumas
cuando era adolescente. Fue mi ídolo literario pero con los años comencé a no
apreciarlo como pintor de caracteres porque no tenía esa capacidad de otros
escritores franceses como Balzac, Maupassant y otro francés… he leído varios
clásicos en francés… Anatole France. Los tengo en mi casa, todos descuadernados
porque me los han regalado parientas casadas con franceses que ya se han
muerto.
De los latinoamericanos se queda con Jorge Isaacs y José
Eustasio Rivera por las dos novelas con que se hicieron conocidos: La Vorágine
y María. También intenta aprender de la técnica del ensayista Baldomero Sanín Cano
y asegura que al único argentino que ha leído es al antisemita y ultracatólico
Hugo Wast, cuyas historias eran interesantes pero jamás logró rubricar con una
buena técnica. Y los poetas que dejaron una impronta en él fueron Amado Nervo y
Porfirio Barba Jacob, de quien recuerda el poema Nosotros somos los invertidos
y lo declama para después recordar que, para el poeta antioqueño, Cali era un
garaje con obispo.
Hernán también lee como escritor, rastrea los mecanismos que
sirvieron para la construcción de historias.
-Yo fui creador de mi propia técnica literaria que consiste
en que los personajes se presentan ante el lector y se hacen conocer por lo que
dicen y lo que hacen. En mi literatura no uso adjetivos; curiosamente, aprendí,
o por lo menos confirmé esta tesis, en una novela del doctor Alfonso López
Michelsen que se llamaba Los elegidos, no es una gran novela pero en ella
proclamó no usar adjetivos, es decir, yo nunca digo lo que piensan los
personajes ni nunca los califico. Lo que puedo decir es “tal vez, pensó” porque
uno en la vida real no se mete en el cerebro de alguien para decir lo que está
pensando; en la vida social uno no puede estar seguro de lo que piensa el
interlocutor. En mis novelas el personaje se hace conocer por lo que dice y lo
que hace.
Cuando los teóricos y críticos empiecen a abordar el trabajo
de Hoyos, quizá porque se haya hecho un estudio proveniente de Estados Unidos o
Europa, también habrá de redimensionarse la tradición más decimonónica de la
literatura colombiana, que hasta hoy día se considera como un compendio de
escritos ahuecados y estáticos; se abrirán nuevas posibilidades de lectura
porque con Hernán Hoyos hasta la prosa de un expresidente como López Michelsen
o un ensayista exquisito como Sanín Cano, que publicó en la encopetada revista
Sur, tengan efectos impensados como Frentenalga y Careculo.
La adscripción al realismo que Hoyos hace de su trabajo,
responde a esta forma de presentación de los personajes y al relevamiento de
las temáticas, las cuales busca en su entorno pero esto no significa que él
haga una escisión entre lo real y lo fantástico a nivel literario:
-Literariamente no es importante discernir lo real de lo
imaginario pero desde el punto de vista psicológico y sociológico sí porque, si
uno escribe narrativa basada estrictamente en cosas de la vida real, como
cuando yo escribí las crónicas de la vida sexual, entonces eso le permite
conocer a los psicólogos y los médicos que no han tenido el oficio o audacia
para ir a los bajos fondos de Cali como hice yo. Este tipo de documentos les
permite, tal vez, tener testimonios para sus diagnósticos y tratamientos…. Una
vez, por ejemplo, una pareja tenía problemas de frialdad y el médico les
recomendó leer a Hernán Hoyos.
Entonces, como los candorosos cultores, defensores y enfermos
de la literatura y metaliteratura –que mirarían a Hoyos como una rareza o un
personaje digno para escribir una novela o un cuento sobre la “peligrosidad” o
el abismo que entraña la literatura-, Hernán entiende a lo literario como algo
indivisible, como una totalidad que, sin embargo, no le parece el punto
culminante de la escritura y por ello sus pretensiones no se circunscriben a
los vericuetos de los hechos estéticos, él también se asume como un hacedor de
documentos que sirvan para lecturas distintas a las hechas por los literatos y
por ello sus libros pueden ser un medicamento alternativo para luchar contra la
impotencia o frigidez.
El trabajo de Hoyos ha trascendido la escritura; en 2008
escribió, dirigió y produjo Mariposas Oscuras:
-Es en cine digital. Está inspirada en Ofelia la
voluptuosa, una novela mía en la que la protagonista debe soportar las
pretensiones sexuales de una sirvienta de la casa que es lesbiana, inteligente
y algo leída. Es una película completa, una tragedia de 90 minutos como
cualquier largometraje.
Como en la literatura, la tradición de la que proviene Hoyos
en el cine tampoco responde a una trayectoria en la que estén nombres como los
de Lars Von Trier, David Lynch o John Carpenter, sino que manifiesta su entusiasmo
por Lo que el viento se llevó, El mago de Oz o La Tour de Nesle.
-Hay otra, El acorazado Potemkin, el lenguaje cinematográfico
creado por Eisenstein es el lenguaje cinematográfico que después usaron todos
los cinematógrafos… Esta me impresionó: El viaje a la luna de Luis Lumiere… no
me acuerdo de más.
Actualmente, Hernán Hoyos está esperando a un grupo de
cineastas del sur del continente que quiere llevar a la pantalla alguna de las
historias que él escribió. Él espera que todo se materialice y pueda dar a
conocer su trabajo en otros países. El tema del dinero ya no lo apura y, por
eso mismo, no desea que lo publiquen grandes editoriales aunque estas le
ofrecieran un contrato con muchas prerrogativas pues su objetivo de haber sido
leído ya lo cumplió. Prefiere autoeditarse y salir a vender sus ejemplares,
dejándolos en consignación en librerías y quioscos del centro de Cali. Lo hace
sin el aspaviento de los autodenominados independientes, que suelen utilizar
esta etiqueta para acudir a becas estatales.
Siempre sale a la ciudad con un morral en el que carga los
libros y las facturas. Todo lo tiene relacionado con la minucia de un contador
y en esto ocupa la mayor cantidad de su tiempo. Ha decidido no volver a
escribir.
-Si me pongo a escribir ahora entonces abandono lo que tengo
que hacer ahora que es publicar esa obra que es enorme. Son como 45 novelas y
40 cuentos.
Sus libros, algunos recientemente autoeditados, aparecen en
mostradores donde se exhiben los últimos números de revistas para mujeres o
suplementos deportivos. En la década de los sesenta no podían exponerse de la
misma manera, en esa época, muchos adolescentes los compraban para leerlos a
escondidas; era una revelación que un libro pudiera suscitar erecciones y hacer
llamados al placer solitario. La manera como fueron útiles para el ejercicio de
la mano y conciencia ardientes y desesperadas supone, al menos, dos
posibilidades:
a- Enrollar alguna de las cuarenta novelas escritas por Hoyos
y amoldarla al diámetro del pene del masturbardor.
b- Leer lo que está escrito en las páginas de cualquiera de
esas novelas pues abundan las descripciones de encuentros sexuales de distinta
laya.
La posibilidad A pertenece a la categoría de los bibliófilos
y los coleccionistas de volúmenes raros y únicos. La posibilidad B responde a
la de esos lectores furtivos que no les importa rayar las páginas, humedecerlas
o doblarlas. Entre estos dos ilusorios extremos hay estados intermedios que son
los que abundan; los ideales platónicos del fetichista de los libros y del
lector que desdeña la materialidad, son los inalcanzables puntos que sirven de
base para poder generar una clasificación arbitraria.
Para Hernán Hoyos la masturbación es nociva porque el pene,
según lo que dice el médico Theodoor van de Velde en su libro El matrimonio
perfecto, está hecho para el contacto con el tejido conjuntivo de la vagina (la
vagina es un ojo que inflige una mirada al vacío porque otea un lugar diferente
a este afuera lleno de genitales erectos o viscosos; el encuentro de dos
vaginas, más que el cruce de miradas, en las novelas de Hoyos, es el de dos
cegueras): Ni las manos ni un libro enrollado son los receptores apropiados del
embate genital de los machos. La masturbación es la orfandad del pene.
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