SINOPSIS:
En
la flor de la eterna juventud, el piropo –la controvertida costumbre del
galanteo callejero- acaba de cumplir 86 años de haber sido admitido en el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua como expresión de alabanza
dirigida a una mujer hermosa.
En Manizales --a menos de tres horas de Medellín-, donde algunos guaches han desdibujado esta alabanza-- se dedica a conjugar los cuatro verbos que más le gustan -vivir, amar, leer y escribir- el locuaz Gonzalo Aristizábal Alzate, un compilador que le ha consagrado parte de su existencia al estudio del dulce requiebro amoroso al que culpa de que ya no quepamos todos los mortales en el planeta Tierra.
El investigador caldense cuenta que la RAE aceptó el verbo piropear en 1925. Sin embargo, en las ocho décadas transcurridas no se ha sabido quien fue el inventor de la sabrosa lisonja. Ni el Internet, que se las sabe todas, tiene el dato. Para este estudioso de la tradición oral, el piropeador es el cultor del arte que se volvió poesía callejera, aunque deplora que ahora esté inmerso en una decadencia soez.
En las 244 páginas de su sabroso libro “Piropos”, al que le colgó un subtítulo que reza “La pasión hecha palabras”, Aristizábal se hace lenguas al enumerar la veintena de clases de piropos que se dicen en Colombia y que ha conseguido agrupar a lo largo de su vida. Los hay poéticos, galantes, bromistas, amorosos, populares, copleros, agresivos, dialogados, telegráficos, antañones, ordinarios, fúnebres, críticos, telefónicos, anecdóticos, en verso, obscenos y de mal gusto.
El “piropólogo” hace esta síntesis de lo que se podría llamarse “El discreto encanto del fugaz homenaje a la fémina”, con base en una lluvia de ideas emanadas de la inspiración del talentoso escritor y periodista antioqueño Oscar Domínguez Giraldo:
“El piropo es un bolero que se silba sobre la anatomía de las bellas que en reciprocidad cambian de caminado… El piropo es un equilibrio entre la oferta y la demanda.. Es asimismo, un madrigal abreviado… El piropo pertenece al reino al de las ilusiones, no de los despechos… Es un género poético de los andenes, no de las cantinas… El piropo es una sucinta lluvia verbal que cae en las espaldas femeninas y sitios adyacentes. Es, igualmente, una frase elogiosa en una esquina. Es una bala de miel. Es un micro-poema. Es una frase linda y delicada que pretende resaltar el encanto femenino. Es una admiración en voz alta. El piropo es un poema hecho sonrisa, es aroma de imaginación, es el secreto para enamorarlas y para amarlas hasta que nos alcance la dicha. El piropo es un madrigal de urgencia. Los piropos poéticos, finalmente son aquellos que se administran como con cucharaditas llenas de ternura”.
Mientras Domínguez sostiene que matar o guiñar el ojo es también un piropo que se dice sin disparar una sola letra del alfabeto, Aristizábal --quien también compiló los mejores epitafios en otro libro que subtituló “El humor de la muerte”-- hace su aporte y procede a bautizarlo “miropo”, porque, en su sentir, equivale a un piropo que se dice con la mirada.
El piropo siempre ha generado posiciones encontradas: El inolvidable cronista Julio Abril narraba en sus crónicas de la vieja Bogotá que mientras unos lo consideraban como un verdadero alarde del genio y de la originalidad callejera, otros lo juzgaban como una auténtica vulgaridad. Añadía que muchos escritores españoles llegaron a considerar el piropo una de las tantas partes de su país, y cosa propia de la chulería y no de caballeros.
La apostilla: A doña Luz Marina Zuluaga, la única Miss Universo made in Colombia, le pidieron alguna vez que hiciera memoria sobre el mejor piropo, el que más recordara de todos los que había recibido. “El que más me gusta fue el que me dijo un señor en la carrera 23, la principal arteria de Manizales: ¡Eh Ave María, señora, pero usted se amañó linda”!
En Manizales --a menos de tres horas de Medellín-, donde algunos guaches han desdibujado esta alabanza-- se dedica a conjugar los cuatro verbos que más le gustan -vivir, amar, leer y escribir- el locuaz Gonzalo Aristizábal Alzate, un compilador que le ha consagrado parte de su existencia al estudio del dulce requiebro amoroso al que culpa de que ya no quepamos todos los mortales en el planeta Tierra.
El investigador caldense cuenta que la RAE aceptó el verbo piropear en 1925. Sin embargo, en las ocho décadas transcurridas no se ha sabido quien fue el inventor de la sabrosa lisonja. Ni el Internet, que se las sabe todas, tiene el dato. Para este estudioso de la tradición oral, el piropeador es el cultor del arte que se volvió poesía callejera, aunque deplora que ahora esté inmerso en una decadencia soez.
En las 244 páginas de su sabroso libro “Piropos”, al que le colgó un subtítulo que reza “La pasión hecha palabras”, Aristizábal se hace lenguas al enumerar la veintena de clases de piropos que se dicen en Colombia y que ha conseguido agrupar a lo largo de su vida. Los hay poéticos, galantes, bromistas, amorosos, populares, copleros, agresivos, dialogados, telegráficos, antañones, ordinarios, fúnebres, críticos, telefónicos, anecdóticos, en verso, obscenos y de mal gusto.
El “piropólogo” hace esta síntesis de lo que se podría llamarse “El discreto encanto del fugaz homenaje a la fémina”, con base en una lluvia de ideas emanadas de la inspiración del talentoso escritor y periodista antioqueño Oscar Domínguez Giraldo:
“El piropo es un bolero que se silba sobre la anatomía de las bellas que en reciprocidad cambian de caminado… El piropo es un equilibrio entre la oferta y la demanda.. Es asimismo, un madrigal abreviado… El piropo pertenece al reino al de las ilusiones, no de los despechos… Es un género poético de los andenes, no de las cantinas… El piropo es una sucinta lluvia verbal que cae en las espaldas femeninas y sitios adyacentes. Es, igualmente, una frase elogiosa en una esquina. Es una bala de miel. Es un micro-poema. Es una frase linda y delicada que pretende resaltar el encanto femenino. Es una admiración en voz alta. El piropo es un poema hecho sonrisa, es aroma de imaginación, es el secreto para enamorarlas y para amarlas hasta que nos alcance la dicha. El piropo es un madrigal de urgencia. Los piropos poéticos, finalmente son aquellos que se administran como con cucharaditas llenas de ternura”.
Mientras Domínguez sostiene que matar o guiñar el ojo es también un piropo que se dice sin disparar una sola letra del alfabeto, Aristizábal --quien también compiló los mejores epitafios en otro libro que subtituló “El humor de la muerte”-- hace su aporte y procede a bautizarlo “miropo”, porque, en su sentir, equivale a un piropo que se dice con la mirada.
El piropo siempre ha generado posiciones encontradas: El inolvidable cronista Julio Abril narraba en sus crónicas de la vieja Bogotá que mientras unos lo consideraban como un verdadero alarde del genio y de la originalidad callejera, otros lo juzgaban como una auténtica vulgaridad. Añadía que muchos escritores españoles llegaron a considerar el piropo una de las tantas partes de su país, y cosa propia de la chulería y no de caballeros.
La apostilla: A doña Luz Marina Zuluaga, la única Miss Universo made in Colombia, le pidieron alguna vez que hiciera memoria sobre el mejor piropo, el que más recordara de todos los que había recibido. “El que más me gusta fue el que me dijo un señor en la carrera 23, la principal arteria de Manizales: ¡Eh Ave María, señora, pero usted se amañó linda”!
Por Orlando
Cadavid Correa – La Patria
TITULO: Piropos
- La pasión hecha palabras
AUTOR (ES): Gonzalo E. Aristizábal Alzate
FICHA TÉCNICA:
Copyright ©
Gonzalo E. Aristizábal Alzate
Género: Humor,
Poesía
ISBN: 978-958-44-4034-1
Edita: Editorial Blas de Lezo
Edición: Segunda edición: febrero de 2009
Páginas: 246
Dimensiones: 16.2 x 21.2 CMS
Tipo de Edición: Rústica
con solapas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario