SINOPSIS:
Presentación
“¡Abajo
la opresión! ¡Muera el mal gobierno! ¡Resistid a estos miserables verdugos!”,
grita Mamatoco.
La calle 10 es un paseo turbulentísimo por la Bogotá de
los años cuarenta. Es también el retrato de una ciudad que desapareció:
atisbamos el paso del tranvía y las chicherías, vemos transitar las carretas y
los mulos, e imaginamos las romerías atraídas por la iglesia de Santa Inés
(demolida en 1957 por la ampliación de la carrera 10). Es, además, el intento
de capturar el instante de hastío que enciende el fuego de una sublevación
popular. Publicada en 1960, La calle 10 es la novela de Manuel Zapata
Olivella que tiene su origen en la Bogotá en la que vivió su autor cuando
estudiaba Medicina en la Universidad Nacional y en el ambiente de miseria e
injusticia social que reinaba en esos años y que serían el caldo de cultivo de
la descontrolada violencia que estalló el 9 de abril de 1948 tras el asesinato
de Jorge Eliécer Gaitán. Dividida en dos partes (“Semilla” y “Cosecha”), Zapata
Olivella hace primero un descarnado diagnóstico de las precarias condiciones de
vida de la gente del pueblo y luego describe la euforia, el desmadre y el
amargo desenlace de la revolución que se inicia por el crimen contra uno de los
suyos. No obstante, con audacia literaria, Zapata Olivella nunca se refiere
explícitamente a la asonada histórica, la del Bogotazo; en la novela, la chispa
que enciende definitivamente los ánimos es el asesinato de “Mamatoco”, un
periodista (negro, expolicía, exboxeador), presuntamente asesinado por las
denuncias contra el gobierno. En esta novela “Mamatoco” se pasea por la calle
10 con el poeta Tamayo, con quien editaba y vendía La Voz del Pueblo, el
periódico donde consignaban esas denuncias; y es en esa misma calle del centro
de Bogotá donde muere, asesinado a cuchilladas —lo que resulta muy simbólico,
pues en realidad murió en 1943, también tasajeado, en el parque Santos Chocano
en el barrio La Magdalena—. Ante su muerte, un personaje vocifera: “Este es un
crimen político. Los de arriba han querido silenciar su voz, la voz del pueblo,
pero solo hacen que su grito sea más potente. Este crimen llevará su acusación
más allá de la calle 10. Aquí no se ha matado un hombre, se ha herido de muerte
a un pueblo…” (y ya sabemos a qué resuenan estas palabras).
Ya en esta novela, en clave neorrealista, se
insinúan las inquietudes que encausarían la obra múltiple de Zapata Olivella:
la cultura popular, la desigualdad social, el mestizaje, el papel de la
herencia afrodescendiente en la historia colombiana. Y es movido por estas
preocupaciones que nos presenta la galería de personajes misérrimos que viven,
sobreviven y mueren en la calle 10 (de uno dice: “Necesitaba un cajón para
enterrar a su Saturnina. Ni siquiera pensó en comprarlo, había perdido el
hábito de usar dinero”): el carretero, el estudiante de Medicina, la beata, la
prostituta adolescente, el policía vergonzante, la ventera revolucionaria, los
niños limosneros, el señorito, el desplazado, la vendedora de naranjas, la
revendedora de huevos… Sin duda, esta reunión convulsa de personajes
arquetípicos es una muestra valiosa de la obra de Manuel Zapata Olivella, de
quien se celebran (en 2020) cien años de su nacimiento: nació el 17 de marzo
—“el mes de las aguas”— de 1920 en Lorica (Córdoba). Además de médico,
antropólogo y folclorista, escribió novelas —entre esas “Changó, el gran
putas”, su obra cumbre— y cuentos, obras de teatro y artículos periodísticos,
crónicas y ensayos sobre las más diversas materias; fundó y editó Letras
Nacionales, una revista literaria que se publicó a lo largo de 20 años
(1965-1985) y tuvo 46 números; hizo circular la música popular colombiana en
todo el mundo; reflexionó como pocos sobre la herencia africana en América, y
con fundamento afirmó que los legados negro e indígena constituían la esencia
de la identidad colombiana y americana (y de ahí su trashumancia por toda
América Latina, por Estados Unidos y por África misma).
Da la impresión que todo lo que podía
suceder en la Bogotá de los años cuarenta ocurría en la calle 10, y Zapata
Olivella se encarga de hacernos una viva descripción de esto. Pero que el
lector no se extrañe si siente que está leyendo sobre la Colombia de hoy, pues
prima la sensación de que las motivaciones de los personajes, sus demandas
sociales y la urgencia por un cambio siguen perfectamente vigentes. En algún
momento, en una estación de policía, un personaje se pregunta: “¿A nombre de
qué principio los condenaban al hambre y a la miseria? ¿Por qué mataban a sus
hijos?”. Es posible que el lector de La calle 10, al igual que el
personaje, se lo pregunte hoy también.
Fredy Ordóñez
[Fuente: https://idartesencasa.gov.co/sites/default/files/libros_pdf/LAV_151_La_calle_10_BD.pdf]