SINOPSIS:
La moderna historia del cuento y la novela
policiacas ─que tantos secretos aficionados tiene y que con tanto éxito se ha
llevado a la pantalla─ ha venido dando respuestas a las nuevas inquietudes de
unas realidades sociales transformadas que ya no ofrecen las meras
construcciones imaginarias que se debaten en mundos recreativos y fascinantes,
pero irreales. En la literatura policiaca, de todos modos, el escenario del
crimen se sitúa en un espacio impreciso, habitados por seres en buena parte
marginados de la ley, aunque ubicados dentro de una sociedad que no comulga con
el delito. La vida veraz y racional, si bien oscura ─que es la que nos da a
conocer el conocido penalista Tiberio Quintero Ospina─ nos presenta seres tan
enigmáticos, sombríos y temibles que parecen entresacados de las más tétricas y
acabadas obras policíacas realistas, pero cuya existencia desgraciadamente
constata el diario vivir en la mayoría de nuestros diversos medios sociales;
sólo que ahora, contando con un medio temeroso, en donde se han resquebrajado
los valores morales, se manifiestan estos delincuentes con una prepotencia que
parece desquiciar el mismo orden institucional.
En estas condiciones, podemos afirmar sin temor a
equivocarnos, que esta obra será de provecho para los aficionados a la
literatura policíaca, y con mayor razón será un precioso manantial de
conocimiento para los estudiantes de Derecho, para el Cuerpo Técnico de Policía
Judicial, para los abogados, para los jueces y en general, para quienes en una
y otra forma tienen que ver con la administración de justicia.
El autor deja trascender en este libro las huellas
de sus reacciones emocionales, de su sentir sicológico, de su pensar
filosófico, pero frente al problema de la justicia y del derecho se muestra
sumamente objetivo, rigurosamente ceñido al acontecimiento histórico,
apasionado por el descubrimiento de la verdad. Todo ello dentro de un lenguaje
tan sencillo, claro, ameno y contagioso que una vez iniciada una cualquiera de
las cuatro historias que contiene el libro, ya no se quiere suspender su
lectura.
[Fuente: contraportada libro impreso]
Doctor Mata, el
tinterillo asesino
Autor: Aguilera
Peña, Mario
Por: MARIO
AGUILERA PEÑA
A finales de la década del cuarenta las
investigaciones judiciales demostraron la culpabilidad del "Doctor
Mata" en la muerte del comerciante Alfredo Forero Vanegas. No sólo hubo
claridad sobre el método criminal del asesino sino también certeza
extraprocesal sobre su culpabilidad en otros desconocidos casos que habían
ocurrido años atrás.
Fue entonces cuando la prensa y los abogados de
aquella década comenzaron a hablar del surgimiento en Colombia de un nuevo tipo
de delincuente caracterizado por sus actuaciones despiadadas, de inusual
cinismo y desprecio por la vida, y que aplicaba un método delictivo contra sus
víctimas y para eludir la acción de la justicia. Desde el apodado "hombre
fiera", aquel famoso criminal de la primera década del siglo XX, acusado
de asesinar a 35 personas, ningún otro asesino en serie había impresionado
tanto a la sociedad colombiana como el "Doctor Mata", quien fue
comparado con Henri Landrú y con Jack el Destripador.
UN NIÑO ABANDONADO
Según una partida de bautismo, Buenaventura
Nepomuceno Matallana nació en Chiquinquirá en septiembre de 1891, hijo de madre
soltera que le dio su apellido. Otra versión indica que realmente nació en la
vecina población de Caldas, Boyacá, donde fue hallado recién nacido en un
zarzal, envuelto en una ruana de lana y en un traje femenino de seda. El
expósito fue encontrado por una niña de diez años, hija de una de las principales
familias de la población, quien lo ocultó por algún tiempo, hasta que fue
descubierta por sus padres. La niña les pidió que se lo dejasen y con el correr
del tiempo se convirtió en su madre adoptiva. Posteriormente ella se casó y a
los treinta años le fue diagnosticada lepra, una enfermedad que también padecía
una de sus hermanas mayores. En 1913, cuando Nepomuceno tenía 22 años, su madre
por adopción ingresó al lazareto de Agua de Dios, en donde murió en 1944.
Nepomuceno nunca la olvidó, y aunque poco la visitaba, de cuando en cuando le
enviaba algún dinero. Nunca la olvidó, pero de ella rechazó que lo tratara como
un hijo. En una de las últimas cartas que aquella mujer recibió en Agua de
Dios, Matallana le pediría: "No me dé más el tratamiento de hijo. Usted
allá en su destierro, con su enfermedad, y yo aquí atendiendo mis ocupaciones.
En cuando pueda, le mandaré lo que necesita, pero no me llamé más hijo".
Casi al tiempo que su madre adoptiva partió para
Agua de Dios, Nepomuceno Matallana contrajo matrimonio con Gregoria Sarmiento,
una mujer que tenía más del doble de su edad pero que poseía algunos bienes de
fortuna. Gregoria fue abandonada a los pocos años de la boda y alcanzó más de
ochenta años de edad. Durante mucho tiempo dependió de los pequeños auxilios
económicos que le entregaba Matallana, conoció a algunas de sus amantes, y
aceptó con la mayor naturalidad la convivencia de su esposo con ellas. De las
amantes de Matallana, la más fiel fue Lucy, quien le perdonó todo, hasta que
mantuviera amoríos con su ex secretaria, la "mona Cecilia", con la
que hizo amistad en la cárcel cuando eran investigadas por los crímenes que
había cometido su compañero. Lucy estuvo por más de una década pendiente de la
suerte de Nepomuceno en el presidio y se encargó de su entierro.
MATALLANA, JEFE DE
CUADRILLA
Matallana empezó a infringir el código penal en el
municipio de Caldas en la década de 1920. Allí, como secretario de la Alcaldía,
alcanzó conocimiento de códigos y leyes, y en poco tiempo se convirtió en
tinterillo y gamonal. Se cuenta que en este lugar defendía criminales y que los
escondía en su casa, que se apropiaba de pertenencias dejadas a su custodia, y
que se adueñó de los bienes de una mujer campesina aparentemente involucrada en
la muerte de su esposo, prometiéndole que la libraría de problemas judiciales a
condición de que le escriturara su propiedades. En aquella población también
fue acusado de haber estafado al sacerdote del lugar cuando fue nombrado
rematador de diezmos y primicias de dos veredas de la población, y de haber
atentado contra el mismo con una bomba de dinamita.
Sin embargo, la acusación más seria que se le hizo
fue la de conformar una cuadrilla criminal que azoló la región con asaltos
entre 1916 y 1924. Esta cuadrilla fue sindicada de la matanza ocurrida en
Caldas en una Semana Santa, a la salida del sermón de las "siete
palabras". Fidel Perilla Barreto, juez primero del circuito de
Chiquinquirá por estos años, y que conoció por algún tiempo del caso, contaría
que Matallana se fugó de la cárcel y que desvió la investigación realizando
varias maniobras, incriminando a inocentes y fabricando un expediente falso.
Sin embargo, en 1925, Matallana fue declarado absuelto por el Juzgado Segundo
Superior de Tunja, por falta de pruebas. Igual suerte tuvo en otros tres
expedientes criminales en su contra, abiertos en esos años por varios delitos
cometidos en Chiquinquirá y Caldas. En otro proceso más, iniciado en Bogotá en
1928 por denuncia presentada por el Banco Hipotecario de Colombia, por los delitos
de falsedad y estafa, tampoco fue condenado.
UNA CLIENTELA QUE
DESAPARECE
Desde mediados de los años treinta y por más de
quince años, Nepomuceno Matallana ejerció como abogado. Matallana tuvo su
última oficina en el Edificio Restrepo del centro de la capital; decía ser
egresado de la Universidad Republicana y repartía tarjetas profesionales con la
leyenda: "abogado titulado e inscrito". Se cuenta también que
Matallana era notablemente zalamero con su clientela y con los empleados de los
juzgados, que llevaba un archivo extremadamente ordenado donde guardaba copia
de toda su correspondencia judicial y personal, y que tenía la obsesión de
citar de memoria y por escrito artículos, incisos o parágrafos de los códigos
vigentes. Otro detalle con el que impresionaba a sus conocidos era la
exhibición de falsas tarjetas impresas y manuscritas con expresiones de
confianza de ministros del despacho.
Durante el tiempo que duró litigando, Matallana
desapareció a algunos de sus clientes y con embustes mantuvo a sus familiares a
la expectativa de su regreso. La prensa calculó en unos treinta los asesinatos
perpetrados por el falso abogado. Sin embargo, tan sólo en un caso se tuvieron
pruebas para demostrar su culpabilidad; en otros cinco homicidios apenas se
contó con indicios que lo incriminaban. Después de diez años de un accidentado
proceso judicial, Matallana recibió sentencia condenatoria por la muerte del
comerciante Alfredo Forero Vanegas, un anciano comerciante adinerado y separado
de su mujer.
El homicidio del comerciante Forero Vanegas,
conocido por la prensa como el "crimen del páramo de Calderitas",
ocurrió en agosto de 1947, en el mencionado lugar de la jurisdicción de
Chipaque, luego que el tinterillo lograra interesar a la víctima para que visitara
unas tierras que estaban siendo vendidas a bajo precio. Forero fue muerto por
el acompañante de Matallana, Hipólito Herrera, cuando sacó su revolver para
defenderse ante la amenaza de matarlo si no firmaba unos cheques. Herrera,
quien llevó a las autoridades al lugar donde se hallaba el cadáver, también
confesaría que Matallana le cortó un dedo a la víctima para sacarle un valioso
anillo que llevaba puesto.
Matallana siempre negó la autoría intelectual del
homicidio, indicando que se había suscitado una discusión entre los dos por sus
negocios y que cuando Forero quiso agredirlo, Herrera lo había defendido
causándole la muerte, y que no había denunciado el hecho por lealtad con su
criado. De no ser por la insistencia de la concubina de Forero por conocer su
paradero, el crimen hubiera quedado impune, pues el tinterillo respondía a las
averiguaciones indicando que Forero había cancelado la cita para conocer las
tierras ofrecidas en venta y que había salido en un viaje inesperado a arreglar
"un lío que tenía con una muchacha". Varios cheques aparentemente
firmados por Forero fueron cobrados en el banco, mientras Matallana trataba de
confundir a sus pocos allegados contraponiéndolos unos a otros y engañándolos
con presuntas citas y mensajes de la víctima.
La confesión de Herrera y el cubrimiento
periodístico al caso les mostró a los familiares de otros clientes
desaparecidos del tinterillo que sus seres queridos tal vez habían corrido
igual suerte. Otro cliente de Matallana fue Alberto Ramírez Posada,
desaparecido desde el 20 de agosto de 1936, luego de cobrar un cheque por
quince mil pesos y de haber almorzado con el falso abogado en el Hotel Granada.
La familia del desaparecido recibió varios telegramas firmados por
"Alberto" y de boca de Matallana el mensaje según el cual se había
metido en un enojoso lío judicial y la recomendación de no hacer nada,
"porque lo podrían perjudicar". Cuando la familia Ramírez se cansaba
de preguntarle a Matallana por Alberto, entonces era aquél quien periódicamente
los llamaba para saber de su paradero.
A la luz pública salió también la historia de
Octavio Perdomo otro cliente del "doctor Mata", como lo empezó a
llamar la prensa, desaparecido desde finales de 1937. A Octavio Perdomo,
persona huraña y distante de su familia, se le conocía como propietario de una
mina de carbón y de las haciendas Pubenza y La Esmeralda,
ubicadas entre Tocaima y Girardot. En el momento de desaparecer había sufrido
un atentado, tenía algunos líos judiciales originados en conflictos con vecinos
y arrendatarios y era requerido por bancos de Bogotá para que cancelara letras
vencidas. Casi enseguida de ser visto por última vez, Nepomuceno Matallana
resultó con un poder general que lo facultó para parcelar una de las fincas,
pagar deudas a los bancos y donar parcelas a entidades públicas y a vecinos del
lugar. Cinco años después apareció muerto a machetazos y sin que se
estableciera responsabilidad ninguna, un primo de Octavio, Marco Antonio, quien
hacía las veces de administrador de la mina y había tenido altercados con
Matallana. Luego de once años del desaparecimiento de Octavio, Matallana
afirmaría ante las autoridades que aquél le mandaba comunicaciones telegráficas
y que los rendimientos de la mina se los enviaba a través de emisarios, entre
ellos José Prías, un extraño personaje que también se denunciaba como
desaparecido.
También era desconocido el paradero de Baudilio
Mendoza, que fue visto por última vez en 1937. Baudilio, que se había separado
de su mujer y vivía con su concubina, era propietario de varias bombas de
gasolina. Por comprar combustible robado a la Tropical Oil Company, fue acusado
de complicidad y para evitar los embargos traspasó sus bienes a la concubina.
Matallana le aconsejó que se ocultara por algún tiempo y se ofreció para
hacerlo. Durante varios años la mujer recibió por intermedio de Matallana
cartas falsas con presuntas instrucciones de Baudilio. En ellas, en un
comienzo, se mostraba cariñoso y le recomendaba hacer todo lo que dijera el
falso abogado, le pedía resignación y le enviaba sumas de dinero; pero
posteriormente empezó a mostrase indiferente con la suerte de su compañera y
sus hijos, y feliz de su nueva vida. Por esos medios, Matallana logró primero
que le traspasaran los bienes del desaparecido y luego que su concubina no
volviera más a su oficina. Para la época en que se denunciaban éstos hechos, la
prensa comentaba que la madre, la compañera y los hijos de Baudilio vivían
prácticamente en la indigencia.
Se hallaba también desaparecida desde hacía unos
siete años Leonor López, una proxeneta que había amasado una fortuna y haba
sido propietaria de un edificio de apartamentos ubicado en la carrera 5 entre
calles 14 y 15 de Bogotá. Leonor, cuya única familia era un hijo que vivía en
otra ciudad, entró en contacto con Matallana a raíz de un problema judicial
relacionado con su negocio. Desaparecida Leonor, Matallana y José Prías,
exhibiendo letras, embargaron el edificio que fue rematado al segundo por una
supuesta deuda de $23.000 pesos. El edificio de quince apartamentos que podía
valer unos $300.000 pasó luego a manos de Matallana. Al hijo de Leonor lo
convenció el tinterillo que su madre vivía en París, viajó a esa ciudad y a la
postre terminó enrolándose como combatiente en la segunda Guerra Mundial. Nadie
volvió a dar razón de él.
El único desaparecido desprovisto de bienes de
fortuna fue José Prías, un campesino ignorante que fue visto por última vez en
1941. Era un individuo cercano a Matallana, que había coadyuvado en el remate
del edificio de Leonor López y que había recibido en donación una parcela de la
finca rematada a Octavio Perdomo.
EL MÉTODO DEL DOCTOR
MATA
Las víctimas de Matallana fueron solitarios
adinerados. Matallana estudiaba a sus víctimas y aprovechaba su debilidad. Una
tenía un problema con la justicia, como en el caso de Baudilio Mendoza; a otra
la sugestionó creándole el fantasma de un lío judicial, como ocurrió con Leonor
López. El otro tipo de víctimas, a diferencia de las anteriores, fueron las que
tentaba con jugosos negocios sobre predios rurales en parajes solitarios, como
fue el caso de Alfredo Forero. Frente a los perseguidos reales o potenciales de
la justicia aparecía como protector, y en los otros casos, como el enlace
necesario para hacer un gran negocio. La víctima desaparecía y luego Matallana
resultaba con poderes generales para disponer de sus bienes o con cheques o
letras de cambio aparentemente firmadas por la víctima. Matallana era la última
persona que había sido vista con el desaparecido y esto no lo negaba, con
excepción del caso Forero Vanegas. A los pocos familiares de los desaparecidos
les contaba que aquéllos le habían dicho que estaban en graves problemas
judiciales o que tenían líos de faldas, y que por ello debían ausentarse
temporalmente; también les recomendaba la mayor discreción para no empeorar la
situación del afectado.
El doctor Mata se presentaba ante los familiares
del prófugo o desaparecido como el hombre de confianza de éste y el encargado
de realizar algunas gestiones, dentro del mayor sigilo y prudencia para no
llamar la atención ni de las autoridades ni de presuntos enemigos. Mata trataba
de mantener la expectativa del regreso del desaparecido entregando algunas
sumas de dinero, mostrando telegramas o cartas falsas, o contándoles de cuando
en cuando a sus familiares los supuestos recados que el desaparecido había
enviado con ficticios y desconocidos mensajeros. Para no contradecirse, llevaba
un cuidadoso archivo.
Es posible que la vida de varios de los
desaparecidos haya terminado en la finca de La Regadera, de propiedad
de Matallana, ubicada entre Bogotá y Usme. Sin embargo, al menos por eso años,
no se encontraron osamentas que pudieran complementar los hechos denunciados.
De otra parte, el tiempo transcurrido entre las desapariciones y las denuncias
hizo que se perdieran las pruebas, y además, la descomposición de los cadáveres
en el caso de haberlos hallado hubiera dificultado probar la materialidad del
delito, en una época en que la justicia no contaba con los recursos técnicos
apropiados.
Para responder ante la justicia el doctor Mata
contrató a excelentes abogados y tenía cómo hacerlo, pues su fortuna se
calculaba en medio millón de pesos. Se mostró colaborador en aquellas
diligencias que sabía que no tendrían resultados en su contra, pero trató de
entrabar el proceso presentando innumerables memoriales. Durante el desarrollo
de éste, se fugó dos veces, una de ellas durante los disturbios del 9 de abril
de 1948. Siempre se mostró frío e imperturbable, y nunca aceptó responsabilidad
en los sucesos que se le imputaban.
Por la muerte de Alfredo Forero Vanegas, el
Tribunal Superior de Bogotá condenó a Nepomuceno Matallana e Hipólito Herrera
por los delitos de extorsión y homicidio agravado a la pena de veinticuatro y
dieciséis años de presidio, respectivamente. Sin embargo, cumpliendo esta
sentencia en la cárcel del Barne, en Tunja, se declaró la nulidad en el juicio
debido a que el cuestionario respondido por el jurado de conciencia no se había
elaborado en concordancia con el pliego de cargos del auto de proceder. Por
eso, al final de la década de los cincuenta, se inició la segunda audiencia
pública contra Matallana por el "crimen de Calderitas". Matallana no
alcanzó a conocer el resultado de aquella diligencia: lo sorprendió la muerte
atendiendo su bufete de abogados en la cárcel modelo de Bogotá y cuando
esperaba salir libre a sus 69 años para casarse con Lucy, su leal compañera.